Etiquetas

, ,

¿Ha intentado en alguna ocasión mientras se baña, tomar una barra de jabón? ¡Tan pronto como la tiene en la mano se resbala y la pierde de nuevo! Para muchas personas, su experiencia cristiana ha resultado similar. Experimentan una nueva emoción al descubrir que Jesucristo vive y es relevante para ellos. Sienten le emoción de aprenderé que Él tiene el poder de hacer que la rutina normal de la vida tenga calidad y sentido. Aparece también el regocijo que produce una nueva experiencia de Dios que finalmente les da la esperanza de consistencia y vitalidad. Sin embargo, tan pronto como la tienen en la mano, se resbala y desaparece, dejándolos solamente con un recuerdo y un sentimiento de desesperación. Se quedan cara a cara con la frustración porque tienen que reconocer que no pudieron mantener vivo el impulso con el que empezaron, y viven con el profundo temor de que quizás las cosas no cambiaran jamás. ¿Puede identificarse con lo que estoy diciendo?

Este es un cuadro muy descriptivo muy descriptivo de los primeros años de mi vida cristiana. Yo sentí la seguridad de mi salvación un sábado por la tarde en el auditorio del ayuntamiento del pueblo de Hereford, a donde había ido para ver una película muy dramática. El personaje principal de la película se había convertido a Cristo en una campaña de Billy Graham en Australia. El ayuntamiento estaba lleno aquella noche. No podía hallar donde sentarme así que tuve que mantenerme en pie a un lado del aula durante las dos horas o más que duro el programa de la tarde. Mientras se desarrollaba, quedé fascinado. Localizado en la llanura desierta de Australia, el tema de la película sondeaba la vida de un hombre que estaba descubriendo su necesidad de Cristo. Y aunque no había nada en común entre mi vida y la suya, realmente llegué a sentir en forma especial mi propia necesidad. En cuanto al mensaje de la película, no escuché nada que fuera nuevo para mí, todo lo había oído con frecuencia, pero era nuevo en cuanto a su vitalidad y fresca aplicación. Supe que Dios me estaba hablando y que yo tenia que responder. Se hizo un llamamiento después de la función para que los que desearan ayuda o consejo, pasaran al frente del auditorio. Algunos pasaron al frente pero yo no. Todo me parecía demasiado público y al mismo tiempo yo me sentía demasiado tímido. En ese momento no podía comprender si era ya cristiano o no, ya que había conocido y creído el evangelio desde muy joven. Recuerdo que oré muy sencillamente: “Señor Jesucristo, si es que todavía no soy cristiano, hazme cristiano esta noche”. Volví a mi casa con una seguridad que no había conocido antes, y desde entonces jamás lo he dudado. Ya era cristiano. De esto estaba seguro, aunque todo lo que ello significaba no seria una realidad para mí aún por varios años. Pero por el momento, existía un nuevo amor en mi corazón hacia Dios, un nuevo deseo por complacerlo y una nueva actitud hacia las personas y hacia la vida en general.

Sin embargo, fue aquí donde comenzaron los problemas, pues el mero cambio de actitud y deseos, las nuevas ambiciones de vivir para Dios y complacerle, me hicieron claramente consciente de qué tan lejos quedaba la realidad de mi vida de los ideales que anhelaba alcanzar. Mi gozo y entusiasmo se convirtieron rápidamente en frustración. Aunque no me atrevía a reconocerlo plenamente, mi cristianismo no funcionaba y yo me sentía un fracaso. En aquel entonces no conocía ni entendía el versículo que declara “porque Dios es el que en vosotros produce el querer como el hacer, por su voluntad” (Filipenses 2:13). Yo estaba descubriendo una nueva “voluntad” que obviamente era dada por Dios, porque mis deseos y ambiciones habían cambiado. Pero no sabía que Dios estaba de igual forma comprometido en cumplir el “hacer”. En mi debilidad, luchaba para ajustar mi manera de hacer las cosas a fin de que fuera consistente con lo que era mi voluntad. Y esta era la diferencia entre mi voluntad de hacer el bien y mis hechos reales la que producía tanta frustración.

Hubo muchos predicadores bien intencionados que aumentaron mi desesperación al retarme a una mayor “dedicación” a Cristo, a la cual me entregaba solamente con sinceridad genuina. Sintiendo que esto era un buen paso, surgía en mi un nuevo fervor, había energía en mis pasos y me veía rodeado de la nueva visión de que esta vez verdaderamente alcanzaría mis metas. Pero al poco tiempo estaba nuevamente donde había empezado. Otra vez me volvían a retar a que me dedicara a Dios. No puedo recordar cuantas veces pasé por este proceso, y cada vez lo hacía con suma sinceridad. Igual que el jabón evasivo del baño, a menudo pensaba que ya lo tenía en la mano, pero jamás fue duradero. Después de un tiempo llego a ser difícil saber qué era lo que realmente buscaba. ¿Había establecido objetivos demasiado difíciles? Para ser honesto, no me parecía que muchos de los cristianos que conocía vivieran como debían, aunque conocí a algunos cuantos que sí lo hacían. ¿No son realistas las normas de la Biblia? ¿Nos ha dado Dios una norma demasiado elevada para motivarnos a un esfuerzo continuo, pero que no es sabio tomar en serio? Si esto fuera cierto, sería como si Dios quisiera fastidiarnos colgándonos promesas fantásticas, como la zanahoria que se pone en frente de la nariz del burro, sabiendo que cada vez que nos acercamos hacia ellas, de todos modos quedaran fuera de nuestro alcance.

La aurora de la esperanza empezó a despertar en mí gracias a un descubrimiento. Viéndolo en retrospectiva, fue algo que no pudo haber sido más sencillo ni tampoco más obvio. La misma terminología con que estaba familiarizado para describir la vida cristiana contenía una verdad que no había tomado literalmente ni apreciado como la esencia de la experiencia redentora. El secreto fue simplemente esto: Jesucristo había venido para vivir en mí. Si me hubiera preguntado si Cristo estaba en mi, hubiera contestado “si”, pero en la práctica Él era como un socio en comandita que no lleva ningún papel activo una vez que Él me había salvado del castigo de mi pecado y me había puesto en el camino de la salvación.

Tomado del Libro «Un Cristiano de Verdad – Como llegar a ser más como Cristo» del Dr. Charles Price

Un_Cristiano_de_Verdad